PEKIN, China.– La primera señal clara del espíritu competitivo, optimista y desafiante con el que China se prepara para ser dueña de casa de los próximos Juegos Olímpicos no está, como podría pensarse, en las canchas de fútbol o en los enormes letreros luminosos que por las noches encienden de colores el cielo de esta capital de 16 millones de habitantes. La señal está en lugares más imprevisibles, como los grandes parques o los jardines comunitarios que, por norma, se construyen junto a cada nuevo edificio de departamentos que se levanta. Es allí, en los grandes y modestos espacios verdes de Pekín, donde los aparatos de gimnasia empiezan a ser instalados con la velocidad de un rayo. En los próximos meses, otros miles ocuparán un lugar dentro de los salones comunitarios de los barrios, concentrados por el momento en actividades tan alejadas del sueño olímpico como el dominó o los naipes. La estrategia oficial de poner gratis la gimnasia al alcance de todos es, en verdad, sólo una de las puntas del iceberg.
Envuelta aún en el clima de entusiasmo que desató la conquista en Atenas de 32 medallas doradas, China está empeñada en concretar un sueño plural. El primero es realizar los Juegos Olímpicos más exitosos de la historia; el otro, no menos ambicioso y de más largo plazo, es poner en marcha, fronteras adentro, un cambio profundo en la relación que tienen centenares de millones de habitantes con la práctica de los deportes.
Zhang Haifeng, director de comunicación del Comité Organizador de Pekín 2008, se lo explicó con otras palabras a un grupo de periodistas, entre los que estaba LA NACION. “Oportunidades como ésta llegan muy rara vez en la historia de un país –dice–, y no sería inteligente de nuestra parte pensar sólo en los atletas o en el prestigio y la alegría que éstos puedan brindarle a sus compatriotas. Para nosotros, Pekín 2008 representa un desafío que consiste es decidir cómo queremos ser en el futuro. Vamos a hacer un esfuerzo enorme como en la construcción y remodelación de 35 estadios, es cierto, pero al mismo tiempo vamos a aprovechar los Juegos para concretar un proyecto ineludible y creativo: mejorar la calidad del aire que respiramos todos.”
El plan, explica Zhang, ya está definido y en marcha: consiste en forestar en los próximos tres años a un ritmo acelerado una superficie que equivale a treinta veces el espacio que ocupa hoy el Palacio de Verano. “Esto nos permitirá eliminar la contaminación del aire durante el 71% de los días del año. Será otra excelente herencia de los Juegos.” Todo un país contra reloj.
Zhang, que tiene un buen sentido del humor y les pregunta de pronto a los periodistas si prefieren continuar el diálogo en inglés o en chino, trabaja en una oficina moderna ubicada en el centro de Pekín en una de cuyas paredes cuelga, como recordatorio implacable, el vasto, complejo y minucioso organigrama de las obras. Arranca el primero de enero de 2002 y se extiende hasta el 8 de agosto de 2008, el día en que se inaugurarán los próximos Juegos. Pero la meticulosa campaña desarrollada por China en el campo diplomático, político, económico y deportivo para conseguir los Juegos empezó unos diez años antes de los festejos populares del 13 de julio de 2001, cuando centenares de millones de chinos salieron a las calles a celebrar la designación de Pekín.
Después de la experiencia de Atenas la duda es si esta vez todo estará listo en tiempo y forma. Además de los estadios, natatorios, gimnasios y del nuevo puerto deportivo que se construirá en la ciudad de Qingdao, habrá que hacer nuevos hoteles para asegurar las 130.000 plazas prometidas al Comité Olímpico Internacional, extender los 300 kilómetros de líneas de subtes y completar el sexto de los anillos de autopistas que permiten, en ocasiones, eludir el caos de tránsito que inmoviliza a la ciudad varias veces al día.
El símbolo de estos Juegos será el Gran Estadio Nacional, una estructura cubierta, con capacidad para 100.000 personas sentadas y otras 20.000 con ubicaciones temporarias. El edificio tiene la forma de un ocho –uno de los números de suerte en la tradición china– y un diseño espacial que le otorga un decidido aspecto de enorme plato volador.
Las expectativas respecto de los visitantes que atraerán los Juegos también son ambiciosas. “El aeropuerto de Pekín recibe unos 27 millones de turistas por año –apunta Zhang– pero según nuestras estimaciones para 2008, deberemos atender a unos 47 millones, aunque no sabemos cuántos de ellos serán extranjeros.”
GENTILEZA LA NACION ONLINE